EL coleccionista de tebeos

De regreso a casa tras sus ocho horas en el banco, entre ingresos, abonos y transferencia, Narcís Puig, solo piensa en sus tebeos. Sus colecciones. Con la barra de pan bajo un brazo que sujeta el periódico y en la otra la cartera de piel que se bamboleaba al ritmo de sus zancadas, Narcís , cree que hoy tendrá tiempo de repasar la colección de “El cachorro”, plancharla si procede y extraer la grapa de los cuadernillos para que el óxido no siga dañando el papel. Ya en su piso, deja el pan en la cocina y enciende el ordenador, se sienta frente a él y abre el correo. Narcís pertenece a un foro de tebeos clásicos de gente aficionada como él, que se intercambian conocimientos y curiosidades sobre este mundillo. Narcís utiliza un seudónimo para conectarse, como todos ellos, el suyo es Rocomán y hay otros, como Solysombra, Luzverde, Atalaya o el recientemente incorporado Vulcano, con los que se comunica casi diariamente.

Desde la muerte de su madre, Narcís Puig, vive solo en el piso familiar, tiene más tiempo para su afición y aunque echa de menos a su madre, lo cierto es que los últimos años ocupaba todo su tiempo en atenderla y cuidarla. La muerte de mamá, aunque dolorosa, también fue una liberación. Ahora tiene tiempo de dedicarse a sus tebeos, y de seguir sus rutinas: comprar el pan, leer el periódico, prepararse la cena, navegar por Internet, y los sábado visitar a su hermana Luisa y sus sobrinos que viven fuera de Barcelona. Los domingos los reserva para encontrase en el mercadillo de San Antoni con sus amigos coleccionistas: visitan paradas de libros viejos y tebeos, se toman un aperitivo y después, Narcís, coge el autobús de la línea 64 , recorre once paradas y baja en la Barceloneta, donde, desde que murió su madre baja cada domingo a comerse una paella. Es su vida una concatenación de rutinas, reiteraciones y costumbres, que llenan su tiempo de actividades y pequeños placeres. A veces, mientras degusta su arroz dominical, comparte mesa con Paco Fuentes, otro comensal con el que coincide a veces. Narcís escucha a su vecino de mesa quejarse unas veces de su soltería, otras veces del trabajo y escucha atento y educado, pensando para sí mismo que él también tiene problemas en el trabajo, pero no lo cuenta a nadie: quizá algún día le diga a Paco lo agobiado que resulta trabajar con el nuevo director de la oficina, un tipo gruñón a punto de jubilarse, que se pasa el día abroncando a todo el personal.

Hoy es viernes, así que tras la cena puede quedarse un rato más navegando en Internet, porque mañana no madrugará. Lee algunas páginas de noticias y después entra en el foro de tebeos. Hay varias consultas: Luzverde, un miembro muy activo del foro, busca información sobre la obra del guionista francés Jean-Michel Charlier autor entre otros de El Teniente Blueberry, Michel Tanguy o Barbarroja ; Vulcano, aficionado a la Ciencia Ficción clásica hace un llamamiento para ver si alguien puede encontrar un ejemplar que le falta para completar una colección, es el número 28 de “Aventurero del espacio” una edición de 1958. Recuerda Narcís que tiene varios ejemplares de esa colección archivados en los armarios y va a buscarlos. No tarda mucho en localizar entre ellos el número que está buscando, lleva por título “Perdidos en el Tiempo” y en la portada aparece el paisaje de un extraño planeta, en la que una nave de color verde se dispone a aterrizar mientras en primer plano un amenazador escorpión gigante parece mirar al lector. Narcís esboza una sonrisa en sus labios al contemplar la ingenua portada de le época y mira satisfecho el interior del cuadernillo. Piensa, como coleccionista, la ilusión que debe hacerle a Vulcano encontrar ese ejemplar con el que puede completar su colección, así que responde a su mensaje para decirle que lo ha encontrado y que se lo enviará. Vulcano, le responde con un mensaje en el que muestra su entusiasmo y su agradecimiento y le adjunta un apartado de correos como dirección postal. Después lee un rato con música de fondo, ha elegido al gran John Coltrane y su genial saxofón, y las notas de "A love Supreme" lo envuelven con su magia hasta acabar profundamente dormido. Un modo feliz de comenzar el fin de semana, un paréntesis de paz y sosiego después de una semana dura, con un trabajo que cada día se le hace más insufrible y pesado.

Miércoles en el banco, Narcís atiende la caja. No le desagrada. Son clientes de toda la vida, como él les llama, gente del barrio a los que ve desde hace años y de los que sabe cuales son sus trabajos, cuales son sus necesidades y hasta conoce un poco la vida de cada uno de ellos. Sin embargo Narcís detesta la venta de productos financieros, los bonos, las acciones, los seguros, que tanto se prodigan ultimamente y que, según su opinión, desvirtúa la figura del empleado de banca que, más que vender, debe asesorar lo mejor para el cliente. A última hora de la mañana, le llama el jefe a su despacho. A ver que he hecho mal ahora, se dice, Narcís, ¿qué productos querrá ahora que vendamos? Y mientras se incorpora de su asiento se estira las mangas de la americana y entra en el despacho del jefe, quien sin apartar la vista de unos papeles, le pide que se siente.

Y es entonces cuando Narcís ve el sobre que sobresale de la cartera abierta. Casi de modo automático y sin pensar Narcís exclama: ¿Vulcano?, el jefe abre los ojos desmesurados y responde con otra pregunta: ¿Rocomán? y ese jefe huraño, despótico y hasta maleducado, que responde al nombre de Vulcano se siente de pronto avergonzado. Sonríe agradecido y algo se rompe en su interior, porque como una revelación comprende que hay gente buena, anónima y generosa a la que no le importa hacer feliz a un desconocido, y este pensamiento le conmueve.

Han pasado dos semanas y en la oficina reina la paz. No solo se han acabado las broncas y las presiones, sino que todos los empleados están sorprendidos ante la extraña transformación del jefe, que no solo se ha vuelto educado y condescendiente sino que parece tener con el viejo y soltero Narcís una extraña camaradería que nadie entiende. Quizá porque ninguno de ellos es coleccionista de tebeos.

(c) Vicente Blasco Argente