El Monstruo

La primera vez que subí al “Alto” lo recuerdo como un sueño... fue…aquella vez que quedé impresionado por el monstruo...
…yo iba montado en la moto con mi padre, sentado en el depósito, con las manos aferradas al manillar y con el viento dándome en la cara. Mi hermano Alfonso iba sentado detrás, llevaba una caja de herramientas y subíamos por la cuesta que lleva al “Alto”. Yo abría mucho los ojos, y miraba y miraba porque era la primera vez que subía allí arriba. Al principio empecé a oír el fragor que producía el monstruo; y nada mas girar una curva, a lo lejos comencé a distinguir su forma: era muy grande, enorme, todo él de color rojo, con un cuello largo acabado en una boca por la que escupía, lo que al parecer eran hierbas que no digería. A medida que la moto se acercaba, vi como varios hombres alimentaban a la bestia dándole paladas de hierba por una abertura trasera, y para no ser reconocidos, supuse yo, se tapaban la cara con pañuelos, como si fueran forajidos del oeste. Pero lo más extraordinario estaba aún por suceder, porque mi padre, una vez aparcada la moto y después de dejarme sentado junto a ella, se acercó con mi hermano al monstruo sin temor alguno. Y ambos después de hablar con los esclavos que le alimentaban se introdujeron en su interior. El monstruo cambió entonces el ruido estrepitoso que hacía al comer por una especie de silbido que se me antojo de glotonería. A punto de llorar estaba ya cuando volvieron a aparecer mi padre y mi hermano sonrientes y llenos de polvo y paja.
Y entonces oí por primera vez el nombre del monstruo al que llamaban “trilladora” y supe que en realidad era una máquina, y no un monstruo, y supe también que era época de trilla y que mi padre la reparaba muy a menudo. Y supe luego, porque me lo explicaron, que antes, la trilla, siempre se había hecho con caballería, tirando de un rodillo de piedra para quebrantar la mies y después aventar el grano para separar el trigo de la paja. Pero lo supe después, mucho después…cuando ya el monstruo dejó de darme miedo.


(c) Vicente Blasco Argente