El
loro de Montesa
Montesa era una fábrica de motocicletas que se encontraba a las
afueras de Barcelona. Al atravesar la puerta del recinto había
un gran patio y en su centro se erigía una enorme escultura que
impresionaba al verla; en un extremo del patio se levantaban las naves
de producción, taller, almacén y todo el entramado administrativo
y de servicios y en una dependencia separada, el departamento de Investigación
y Desarrollo. En total debían trabajabar unas 400 personas repartidas
en tres turnos diarios. Junto a la verja de entrada al recinto había
una pequeña casita donde residían los porteros: un viejo
matrimonio que siempre habían trabajado para el Sr. Permanyer,
el empresario que creó y levantó Montesa convirtiéndola
en una marca conocida en todo el mundo. Los porteros eran dueños
de un un gigantesco loro que se pasaba el día en su jaula, bajo
el porche de la portería, plantado allí como un exótico
vigilante.
A mi llegada a Barcelona encontré pronto trabajo en la fábrica.
Supe que se estaba creando un turno de tarde y que necesitaban personal
para las líneas de montaje. Pasé el examen médico
y antes de acabar el mes ya me encontraba en una de aquellas líneas,
que allí le llamaban, con mayor fundamento "la cadena de montaje",
porque realmente era una enorme cadena mecánica, en cuyo inicio
comenzaban colocando un bastidor y a medida que viajaba hasta su final,
ocho hombres en ocho fases diferentes completábamos la máquina
que debía salir lista para ser probada. El final de la cadena e
inicio de las pruebas se hallaba relativamente cerca de la portería,
ante la atenta mirada vigilante del loro.
Me enseñaron a montar la segunda fase que consistía en
montar el manillar, las manetas de freno y embrague, las suspensiones
y la rueda
delantera. Todo esta actividad se realizaba mientras el bastidor se desplazaba
lentamente arrastrado por la cadena. Tenías un tiempo para acabar
de montar todas las piezas, de lo contrario invadías el espacio
de la siguiente fase y lo que era más dramático, entraba
otro bastidor en el espacio destinado a tu fase, que caminaba inexorablemente
hacia tí mientras aún no habías acabado de montar
la anterior. Como todo el material se encontraba dispuesto en unas bandejas
situadas en el punto por donde "pasaría" el esqueleto
en gestación, ocurría que si te retrasabas en el montaje
de la pieza en el momento justo y en el espacio justo, todo empeoraba,
ya que te obligaba a desplazarte a buscar el material en su bandeja.
Había
entonces que imprimir una aceleración a todo el montaje, y como
el protagonista de "Tiempos modernos" ejecutaba el ensamblaje
de las piezas como un robot, con la única diferencia que, llegado
a esta situación comenzaba a emitir improperios y maldiciones.
Entonces algún compañero gritaba "¡Al loro, éste
de la fase dos se va a hacerle compañía al loro!".
Era la señal de que alguien naufragaba con su fase, alguien
qué, en su desesperación, acelerado y angustiado
se acercaba hacia la zona donde habitaba el impasible loro.
Creo que fue desde entonces que esa aceleración se me metió
en el cuerpo y no me abandonó jamás. Tampoco la imagen simbólica
del fracaso representado por un loro en una portería.
(c)
Vicente Blasco Argente |
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